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Foto del escritorVago Flores

Lloré con el Quijote

Yo fui loco y ya soy cuerdo.

Don Quijote de la Mancha, c. LXXIV, Miguel de Cervantes


[Si no quieres que te spoilee una novela de casi cuatroscientos años, no leas esta dívague.]


Llegué del desierto a la ciudad para estudiar una carrera en Letras. De donde soy, eso es de pu ti tos. Por lo mismo, pa' mí leer novelas románticas o comedias simplonas, también. Yo escribía y leía terror o erotismo —más pornografía barata, que otra cosa—. Cosas de machos, chinga'.


Llegaba a la escuela con chamarra de cuero negro, lentes oscuros, greña de macho alfa, por supuesto. ¿Llevarme con mis compañeros? Por favor, yo fumaba mientras escuchaba rock en un rincón, esperando el momento pa' largarme a un bar y beber mezcal.


Excepto en época de finales. Ahí le cambiaba a cafés, que abrieran desde temprano y chingarme todo el día estudiando.


Justo llevaba un seminario de Don Quijote de la Mancha. Un libro que, más que intimidarme —¿a quién lo intimidan los libros?—, me daba güeva por su extensión y lenguaje. Pero, ni pedo, tenía que escribir un ensayo creativo o un cuento o alguna otra mamada como proyecto final. El plan fue simple desde el inicio de semestre: setenta y cuatro capítulos, casi quince semanas para la entrega... Cinco capítulos a la semana.


La última, la neta sí estaba entretenido con el mamotreto. Me armé con él, una mochila, mis cigarros y me lancé a un café para leer los últimos capítulo y chingarme el... lo que fuera de final... en un fin de semana.


Llegué y pedí un café negro, sin endulzar, como mi masculina y firme alma; tomé asiento y me lancé a leer. Recuerdo perfecto frente a mí una mesa de mocosas discutiendo de... alguna pendejada que pensé inferior a mí. Pero, ah, cómo gritaban, distraían.


Intenté ignorarlas y reírme un rato con Sancho. Ya qué tanto eran cinco capítulos, ¿verda'? Cinco capítulos de un loco y su fiel escudero. Pasaron dos cafés de medio litro, y una de las chavitas soltó un quejido tan molesto que tuve que cerrar el libro.


Parloteaba de que su novio le dio like a la foto de alguien, pero, pues, o sea, esa niña nos caga, ¿sabes cómo? Tipo que, ¿cómo se le ocurre, güe'?


Y todas corearon dándole la razón. Está pendejo, no mames.


Las lágrimas no tardaron. Tampoco mis ilusiones de azotarla con el cenicero de cristal o mandarla a morder la banqueta como en American History X. A restrospectiva, creo que tenía problemas de ira... Pero sí era un llanto muy chillante, no mames.


Para mi suerte, el consuelo de las amigas resultó rápido. Todas se abrazaron y agradecieron la amistad eterna que seguro compartirían el resto de sus vidas. Best friends for e-va! O alguna otra cursilería así. Ajá.


Continúe con las aventuras del loco y esperaba ansioso leer cómo le daría la vuelta a su enfermedad, con qué mamada saldría para seguir con su alegre estupidez... Un sorbo al café... No sanaba... Una calada al cigarro... Y dio su espíritu, quiero decir que se murió.


Cerré el libro, lo acomodé delicado sobre la mesa y dejé caer la cabeza al vacío con el cigarro aún entre los labios. Las enredaderas y el cielo sobre mí, se nublaron. Un amalgama de colores corridos se mezclaron. La presión en la garganta no dejaba salir el humo. En ese momento, lo único que podía sentir —que quería sentir— era el ardor en mis pulmones, la ausencia de oxígeno que poco a poco se propagaba desde adentro como un incendio. Tensé mis párpados tan fuerte como pude. Sabía lo que se ven--


Con el Quijote, murió una parte de mí.


Lágrimas. Por primera vez en ¿veinte años?, sin emitir ruido, lloré. Por un libro. Puta vergüenza. Aplasté el cigarro en el cenicero, jalé mi mochila y mientras me abría paso entre las sillas, una mano me frenó. Una de las chavitas me miraba casi maternal.


—¿Estás bien? —, su voz sólo empeoró la escena. Sin darme cuenta, me abrazó. Las demás, siguieron el gesto. Ahí estaba yo, en una perra cafetería, rodeado de tres o cuatro chavitas, sollozando en silencio—. No te preocupes... Sh...


No necesitó decir ni una palabra más. Tampoco me cuestionaron. Durante lo que sentí como horas, simplemente me dejé abrazar y dejé morir a un loco...


 

Hasta este punto de la dívague, sé que te cago más que en otras ocasiones. Te puedo asegurar que así de mamón —por no decir "pendejo"— como me acabas de leer, lo era entonces. Creo que ahora menos.


Ha pasado casi una década desde la primera vez que lloré con el Quijote. Sin duda, no fue la última. Ni el único libro que lo ha logrado. Es más, pa' qué le juego a la mamada, creo que mínimo lloro una vez a la semana, y lo disfruto.


Desde entonces, no volví a ver la joven que me abrazó y consoló sin pedir nada a cambio.


Lo dudo, pero si me lees, "Gracias".


No sólo abrazó a un pinche vago mamón, machista, pendejo... que lloraba la muerte de un entrañable personaje. Abrazó una grieta en mí. Sin darme cuenta, viví varios años de mierda para comprender y apreciar la sensibilidad en mí.


Me burlo de ese recuerdo, lo cuento como broma, pero también lo estudio seguido con una sonrisa melancólica. Gracias a un libro y a una desconocida, emprendí un camino poca madre, que aquí me trae, descubriendo que soy alguien del desierto, sí; rockero, sí; chillón, también, y nada tengo que demostrarle al mundo más allá de esa verdad.


Qué sano, antes del Quijote, forzar una máscara pa' ocultar facciones y emociones. Qué pinche sano...

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