con un ligero temblor entre las teclas y mis dedos...
—¿Es neta? —siempre es lo primero que la gente me pregunta cuando digo que soy escritor. Y, la neta, no sé. No sé si soy escritor por el simple hecho de escribir. ¿Quién no puede tomar tinta y un espacio en blanco para llenar vacíos? Todos. Cada día.
Después llega el típico “¿Y de qué vas a vivir?”. De nuevo, no lo sé. Me encantaría responder que de mis sueños, mis pasiones, pero no recuerdo ningún restaurante en el que se pueda pagar con ellos.
“A la chingada”, suelo decirme cada mañana. Esa frase me mantiene minuto a minuto. El problema es que mis alachingadas no ahuyentan mis miedos. Mis alachingadas sólo son una máscara, la fachada de una posible mansión en ruina.
¿Qué haría sin ellos? Sin mis miedos… Los que me conocen saben que son mi motor. Sin ellos me quedo paralizado en cama, rodando sin caer, esperando el próximo madrazo, y sólo deseo que ése sea el que me mantenga tan adolorido que ya no vuelva a dormir.
Ante la estupefacción de la nada, de las preguntas, no tengo respuesta. Es posible que nunca la tenga. Por lo tanto, da algo por hecho —yo lo doy—: no la diré, pero la voy a escribir. La vivo.
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